2010

"BIENVENIDO A MI BLOG"

28 de octubre de 2010

ENTRE SOLES Y SOMBRAS: PASIÓN EXTINGUIDA




¿Sirve la literatura?


Sin apelar al sentimiento trágico de la vida de que hablara don Miguel de Unamuno, debo confesar que me preocupa el destino que tomará mi biblioteca el día que me toque viajar como Dante. Pienso esto porque cuando resolví donar a una biblioteca mi excelente colección de obras literarias, la directora del ente donatario, al darme las gracias en su nombre y en el del Instituto del que formaba parte, me dijo, en rapto de sinceridad que me dejó frío: “muy buena su biblioteca, Señor Trilce, pero le cuento que jamás los muchachos, ni siquiera los estudiantes de Literatura, vienen a preguntar por uno cualquiera de los autores que en ella aparecen, pues a Petrarca lo asemejan a un futbolista italiano y a los “Poetas Malditos”, lo confunden con alguna banda criminal". 


Al salir del recinto caí en la cuenta de que lo afirmado por la bonita directora era una verdad de a puño. Si los jóvenes no leen una novela de Vargas Llosa, menos van a enfrentar al universo de obras italianas, si no pasan de algunos cuentos cortos de Poe; qué van a posar sus ojos en la inmensa llanura terrenal que existe en su alcance.


Además, si a uno de ellos se le ocurriese consultar al más desconocido narrador, nacional o extranjero, pues ahí esta Google que con sólo pulsar una tecla le dispara lo que desee saber de cualquier autor tratado en las obras especializadas.


Pero me queda una duda, no sé si metódica o no, que condenso en la pregunta que yo mismo me formulé al pie del globo terráqueo azul cielo que próximamente será expulsado de los predios de las Bibliotecas de todo el mundo: ¿para qué sirve la literatura? ¿Será que Homero es indispensable para la humanidad? Y yo mismo me respondí: tal vez la literatura no sirve para nada, pero sin ella no valdría la pena vivir.


Este interrogatorio interior me llevó años atrás, y me situé en la infancia, con un libro entre mis manos tratando de grabar en la memoria un cuento de Congrains o Ribeyro, que aún recuerdo y siento ver a Esteban perdido en la gran Lima o a pascual devorándose al despiadado y decrépito Santos. De allí en adelante siempre tuve un libro cercano en mi peregrinación por el mundo, y le guardo a la literatura una fidelidad que de pronto no he tenido con otras adicciones. Esa fidelidad no ha sido jamás quebrantada, en las horas felices y en las amargas de la derrota y del infortunio, en el amor y en el dolor, siempre he tenido a mi lado a mis ídolos mayores –y también a los menores– de la literatura. Desde luego, debo más a unos que a otros, pero todos me ofrecieron su testimonio del mundo y del hombre.


Por eso creo que la grandeza de la literatura está en el hecho de que ella es, igualmente, una dimensión de la vida, y sin ella el universo interior y el mundo exterior carecerían de sentido. El hombre tomó posesión del mundo cuando la palabra escrita fue el común determinador de las cosas pues sin su apoyo no hubiera sido posible el discurso de la razón, porque con el lenguaje impreso sobrevino una segunda génesis.


La experiencia de la donación de las obras me hace pensar en el lío que tendrá la familia cuando yo falte: el destino que le dará a los libros de mi amada biblioteca. No los querrán mis hijos (espero no ser un desierto geneológico), mucho menos, mis hermanos, que navegan con la pericia de Ulises en la Internet, en donde hallan hasta los incunables.


La lógica indica que yo haga el traspaso en vida. Pero no tengo el valor de salir de mis libros pues eso sería como entregar, en cajas de cartón, lo que queda del alma.



Autor:

Javier M. Oncoy 
Trilce

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